No fue un día más en la historia de Boca Juniors. La derrota en la final de la Copa Libertadores ante Corinthians pasó a segundo plano en los periódicos argentinos. La ida del ídolo y referente, Juan Román Riquelme, opacó la pérdida de un título internacional que lo hubiera elevado a la cima del mundo como el más ganador. Sin embargo, varios factores en conjunto influyeron para que Boca haya sido superado en la cancha por un rival levemente superior.
Pudo ser el 19 título internacional!!!!!
Las decisiones importantes son las que definen a los hombres. En un grupo, las decisiones las deben tomar todos juntos o uno solo. Si el conjunto es homogéneo y positivo, el liderazgo puede compartirse. En cambio, si la tropa está dividida o el mando se disputa entre el general y el teniente, la guerra está perdida de antemano.
En Boca es fácil suponer y difícil de aseverar por qué los principales protagonistas se internaron en un banco de niebla espeso y confuso, donde algunos creían que mandaba Riquelme y donde otros sostenían que Falcioni tenía algunas migajas de la manija del plantel.
El grupo es heterogéneo, las figuras sobran y se han integrado al club en diferentes etapas, provenientes de distintas entidades: Somoza (Vélez), Caruzzo (Argentinos), Erviti (Banfield), Schiavi e Insaurralde (Newell´s), Orión (Estudiantes), Rivero (San Lorenzo), Cvitanich (Ajax), Silva (Fiorentina) y los repatriados Ledesma, Roncaglia y Clemente. De los titulares y pilares del equipo, solo Juan Román Riquelme sobrevive desde 2007, además de Battaglia, que no juega.
Por su parte, el técnico Julio César Falcioni arribó a la entidad “Xeneize” tras haberse consagrado con Banfield en 2010, por su perfil estricto y, en el orden futbolístico, por sus ideas conservadoras. Este último aspecto es el punto principal de la discordia con el capitán y número 10: el ideológico. Luego del paupérrimo empate ante Zamora de Venezuela, estalló el polvorín cuando Falcioni amenazó con irse de Boca, demostrando que la guerra ya era abierta.
Hasta el año pasado, y luego del retiro de Martín Palermo, la convivencia pudo sostenerse porque Román jugó poco y el título del Apertura tapió la controversia. Además, Falcioni pudo meter mano en el equipo, ya que el enganche pasaba más horas en el gimnasio que en las canchas. Así, Boca formó un mediocampo bastante productivo, con Rivero, Somoza, Erviti y Colazo, más dos delanteros, siendo el mejor esquema para el equipo de JC.
Desde afuera, Riquelme necesitaba imponer nuevamente el estilo que a él más le gusta: el de la dependencia hacia su juego. Luego, se recuperó y ayudó a componer el título esperado. Desde este punto de vista, con Román en cancha Boca jugó de una forma y, cuando el “10” no estaba, el equipo lo hacía como el DT quería. "El año pasado Falcioni me hizo correr como un boludo y al final no jugué con All Boys", fue una de las frases de Riquelme para demostrar el contrapunto.
Aquel 14 de febrero, cuando Boca debutó en la Libertadores, se produjo un cortocircuito en el vestuario entre el astro y el DT. A pocas horas, el nuevo presidente Daniel Angelici juntó fuerzas y diagramó una tregua. Falcioni se debilitó al pedir disculpas y al tratar de explicar que fue “un mal entendido”. Ante estos cruces, las aguas se dividieron en el grupo: los amigos del 10, los obedientes del entrenador y los imparciales. La confusión fue ganando terreno y se apoderó de los jugadores: ¿a quién obedecer? Falcioni planifica en la semana y Riquelme da las órdenes dentro de la cancha. La historia estaba destinada a culminar drásticamente…
De este modo, el campeón del Fútbol Argentino asumió un 2012 con varios desafíos y muchas exigencias. “La Copa Libertadores es mi obsesión…”, se cantó desde las tribunas de todos los estadios. Además, el Clausura y la Copa Argentina continuaron siendo motivos de competitividad para el equipo. Avanzó el año y también Boca. El progreso en los campeonatos requería de preparación y de cantidad de jugadores, sobre todo si se disputan “tres coronas” a la vez. Blandi creció con goles en la Copa local; Rivero se lesionó, pero Ledesma lo reemplazó tibiamente; Silva fue intocable con pocos goles y Mouche le ganó la pulseada a Cvitanich.
Por su parte, Riquelme apostó por jugar a toda costa, aunque no esté al cien por ciento de su capacidad física. Hubo altibajos en el equipo y en varios jugadores. Se estrecharon las instancias y las decisiones fueron cada vez más difíciles, siempre con el mando compartido. Sin embargo, la opción de ir por todo fue costosa. Boca demostró no estar en condiciones de pelear en los tres frentes cuando se presentó en Banfield, ante un equipo prácticamente descendido.
Así y todo, pasó las series de la Libertadores ante Fluminense y Universidad de Chile con solvencia, aunque sin demostrar vuelo futbolístico, a excepción del gran partido de Riquelme contra los trasandinos. Casi al unísono, pero con suplentes, Boca se encontró en la final de la Copa Argentina tras voltear rivales en las series de los penales, gracias a las virtudes del arquero uruguayo Sebastián Sosa.
A veces las decisiones cuestan caro, pero siempre hay que tomarlas. Boca no contaba con un plantel numérico para afrontar la “triple corona” y el desgaste fue apareciendo en silencio. El trabajo físico debió afinarse para llegar en condiciones óptimas a la recta final de cada certamen. Y el motor fundió biela con Arsenal: 0-3 en La Boca y adiós al Clausura. “La Copa Libertadores es mi obsesión…”, seguía tronando desde las tribunas. Y llegó la final más esperada, con el agotamiento a flor de piel en varios jugadores.
El cuerpo técnico debió prepararse para semejante demanda. Con un plantel corto, sobre todo en el medio campo, el aspecto físico resultaría fundamental para el último tramo de una temporada rigurosa. Boca llegó debilitado ante Corinthians, quedó demostrado en La Bombonera y en Pacaembu, más allá de que futbolísticamente no hubo muchas diferencias.
El semblante anímico también fue motivo de influencia para esta final perdida por Boca. Varios factores contribuyeron a la debilidad boquense, sobre todo en el encuentro disputado en Brasil. El papelón compartido entre la dirigencia y el máximo referente del plantel por el viaje de Roncaglia fue otra disputa de poder. En finales pasadas, con Bianchi como entrenador, sucedieron disputas aún más graves, pero todas vieron la luz después de los partidos, como el caso Salvestrini o la disputa Delgado-Guillermo en Japón ante Real Madrid. El asunto de Roncaglia y las idas y vueltas con Cvitanich repercutieron en el grupo horas previas al trascendental partido ante el Timao.
Otro punto a dilucidar es si el plantel estaba al tanto de la decisión de Riquelme. Simpaticen o no con Román, es posible que los compañeros hayan absorbido esta medida de antemano. Sí es sabido, como lo dijo “el 10”, que la medida fue comunicada con antelación al presidente Angelici. La pregunta es cómo repercutió en el capitán durante el partido. Tras los 90 minutos quedó demostrado que la consecuencia fue negativa porque Riquelme no jugó bien, estuvo lejos del área rival y se lo notó, además de llamativamente impreciso, carente de fuerzas para contagiar a sus compañeros.
No se puede analizar el aspecto futbolístico sin haber expuesto los factores físicos y anímicos, determinantes en esta final de Libertadores. Asimismo, es necesario repasar las dificultades que trascendieron por las disputas de poder en el equipo. Estas influencias demostraron que, al menos la final de la Copa, no fue preparada.
Ante la partición de mandos es muy difícil de seguir una idea. Si bien el fútbol, y la sociedad, han modificado los preceptos verticalistas, en una estructura donde hay una persona que planifica y once que deben plasmar el trabajo, no caben dudas de quién decide. Esta división sembró la duda de cómo jugar. La identidad y la organización son aspectos muy importantes para desarrollar en un deporte colectivo. No se discute el liderazgo, la capitanía ni el talento del mejor, pero si aquellos factores son diferentes al del entrenador, el desenlace suele ser adverso.
Hasta 2011, Falcioni tenía dos planes de juego: el A con Riquelme y el B sin enganche. La simbiosis pareció convivir y el éxito superó las falencias. Ante Corinthians, y en este semestre, Boca tuvo “plan único”, y cuando ese plan no funcionó, todo se derrumbó. El equipo jugó bien con Román en cancha porque “El Diez” fue vital para llegar a instancias finales de, al menos, dos campeonatos. Sin embargo, sus presentaciones ante Banfield, Arsenal y Corinthians fueron deficitarias.
En Pacaembu, Román jugó un partido más, como todo Boca. Orión se fue lesionado; faltaron dos defensores titulares -Roncaglia e Insaurralde-; Ledesma continuó su camino de la intrascendencia; Erviti no fue el lugarteniente de Riquelme; Silva no tuvo jugadas claras de gol y Mouche no estuvo picante. Además, el equipo cometió errores puntuales en defensa que aprovechó Emerson para definir el certamen.
Finalmente, Boca hizo lo posible para perder esta final. Es cierto que, en definitiva, deciden los jugadores en el campo de juego, pero Corinthians demostró que con muy poco pudo impedir que el representante argentino sea el Rey. El Xeneize solo generó una chance de peligro en 90 minutos -el cabezazo de Caruzzo- y ante la imposibilidad de la victoria, quiso forzar los penales. Sin embargo, el pedido de la gente de “la Copa Libertadores es mi obsesión” fue imposible de lograr porque el equipo no cumplió con lo primordial: “Tenés que dejar el alma y el corazón…”. Boca, golpeado, no tuvo fuerzas para cumplir el objetivo.
S.Figueredo.
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