jueves, 11 de octubre de 2012

Azmi Nasser, el nazareno al que lloraron cristianos, judíos y musulmanes.



El 29 de marzo de 2007, en el cementerio cristiano de Nazaret, había alrededor de la misma tumba cristianos, musulmanes, judíos y drusos. Israelíes y palestinos lloraban juntos a Azmi Nassar. Un tumor cerebral había acabado en la tarde del día 26 en el hospital de la Sagrada Familia con el hombre que entendió el fútbol como un espacio en el que cabían todos. “No me interesan ni me importan las divisiones raciales o religiosas. Son cosas de los políticos. En mis equipos he tenido blancos y negros, judíos, cristianos o musulmanes. Todos eran lo mismo: futbolistas”, explicaba el hombre que al morir era seleccionador de Palestina a pesar de que en su carnet de identidad decía que era ciudadano israelí.
Perteneciente a una familia árabe de la comunidad cristiana de Nazaret, el fútbol fue siempre una pasión para Nassar. Sus goles le llevaron a ser el primer jugador árabe en defender la camiseta de un equipo de la Primera división de Israel (Hapoel Haifa), pero su club del alma fue siempre el modesto Maccabi Ahi Nazaret, en el que creció.
Su nombre apareció entre los delanteros del equipo que jugó el olímpico de Israel que no pudo clasificarse para los Juegos de 1984 (Los Angeles).
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Su amor al fútbol lo trasladó del área al banquillo. Tras dirigir a varios equipos de la comunidad árabe-judía (Bnei Sajnin, Shfar Am o el druso Daliat El Carmel) y subir a Primera con el Maccabi Ahi Nazaret, en 1999 la recién autorizada por la FIFA selección de Palestina le buscó para que se hiciera cargo del equipo sustituyendo al argentino Ricardo Carugati.
La decisión, en años en los que la Intifada dominaba las calles de Gaza, era arriesgada, pero la Federación Palestina supo explicar a los suyos que nada importaba que en su pasaporte apareciera la estrella de David, que era un árabe y que, sobre todo, para Nasser lo único que importaba, como había demostrado los equipos por los que había pasado, era el balón.
Mientras negociaba con la Federación Palestina, Azmi tuvo que sentarse también con las autoridades israelíes. Para trabajar al otro lado de la Franja de Gaza se necesitaba un permiso especial que sólo se daba a las personas que realizaban tareas humanitarias o militares. Las Fuerzas Armadas de Israel hicieron una excepción histórica y Azmi Nasser se convirtió en un caso único al poder cruzar sin problemas un lugar señalado en rojo en todos los centros de poder del mundo.
Su tarea fue ingente. La base era nula, nada existía, pero sus fuerzas eran mayores a las dificultades. Se pasó días sin volver a casa, trabajando de sol a sol para que la selección de Palestina tomara forma. Los que trabajaron a su lado nunca olvidarán la primera convocatoria. Nasser se encontró en la caseta con un grupo de jugadores en el que cada uno llevaba una camiseta de un color y en el que la mayoría llevaba zapatillas y no botas. A su pregunta para saber qué pasaba, los jugadores respondieron con sencillez: “No tenemos otra cosa”.
Con lo que tenían entrenaron, pero al día siguiente el seleccionador se subió a su coche, cruzó los puestos militares y puso dirección a Skahnin, una ciudad a poco más de 30 kilómetros de su Nazaret natal, donde tenía conocidos que eran empresarios. Entre ellos logró sacar dinero para comprar camisetas, pantalones y botas para sus futbolistas. Con dinero israelí se iba a vestir la selección palestina de Nasser.
Palestina fue invitada a los Juegos Panárabes de 1999, que se disputaron en Jordania. Con un equipo de jugadores de la Franja de Gaza y de Cisjordania, Nasser sorprendió llevando a Palestina hasta la tercera plaza. “Los refugiados ganan a los millonarios” tituló un periódico de Dubai tras el 1-0 del 23 de agosto gracias a un gol de Alí en un partido en el que los palestinos acabaron con nueve jugadores. Jordania (4-1) les eliminó en semifinales.
Nasser sabía que luchaba contra los elementos, pero en su cabeza brotaban las soluciones. Por eso un día se subió a un avión en Tel Aviv que tenía como destino Santiago de Chile. Se fue directo a las oficinas del Club Deportivo Palestino, un equipo fundado en Osorno, al sur del país, en los años 20 por inmigrantes palestinos.
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Recogió información, encontró jugadores cuyo árbol genealógico conducía hasta Palestina y convenció a varios para que defendieran la camiseta verde que era la de sus antepasados. Así, Hernán Cataldo, Francisco Altura, Bruno Rojas o Leo Zamora tramitaron su pasaporte palestino y jugaron por un país del que sabían poco más que lo que veían por televisión y cuyo suelo no podían pisar porque no había manera de que se les tramitara un permiso. Se subían al avión en Santiago y se bajaban en Doha, Amann, Damasco (sedes habituales de Palestina cuando era local) o en el país asiático que le tocara visitar.
Sin poder jugar en su país por la violenta situación, Palestina disputó la fase de clasificación para el Mundial de 2002. Derrotó a Malasia y Hong Kong (siempre jugando en campos neutrales como local), pero no avanzó al ceder ante Qatar, los dos partidos por 1-2, en la lucha que daba derecho a seguir en la carrera mundialista.
Ahí acabó la primera etapa de Nasser con la selección de Palestina, pero en 2005 le volvieron a llamar. Y regresó encantado: “Estoy muy orgulloso de ser el seleccionador palestino. Para mí es mucho más que un trabajo, es un servicio a un país. Y estoy muy orgulloso de ello”.
Apenas dos años después, un tumor cerebral se llevaba al hombre que no entendía de fronteras, que pasaba a Gaza y Cisjordania sin problemas para hablar y ver a sus futbolistas, al que admiraban todos dando igual raza o religión. Se iba el hombre de pasaporte israelí, crecido entre árabes, criado en el rito cristiano, casado con Ruthy, una judía de padre cristiano, la persona que ayudó a que la Autoridad Nacional Palestina y el Estado de Israel se sentaran en los años 90 para que los palestinos pudieran jugar como selección en partidos oficiales de la FIFA. Murió sin poder jugar con Palestina en suelo palestino, algo a lo que hubo que esperar hasta el 26 de octubre de 2008 (1-1 con Jordania en Al Ram, a hora y media en coche de Nazaret). No lo vio, pero sí que tuvo mucho que ver en que se lograra.
M.A.Lara
Marca.com

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